Cerquita del infierno
—Tengo hambre, pá. —Espérate un ratito. Ya va a pasar alguien. La niña no había comido nada en todo el día. Su padre ya llevaba dos. Desde lo alto, el sol quemaba con esa saña de siempre que, con los años, había blanqueado el suelo que los rodeaba. Alrededor solo se veían parches de arbustos chaparros y algunos nopales que ya solo eran pencas secas, pero se erguían orgullosos, como sobrevivientes. ...