El cadáver que no debía estar ahí
Las luces de la calle morían sobre el pavimento mojado. Odio las tardes que parecen sacadas de una película de misterio, y esta era una de esas. Aburrido, iba por la segunda copa cuando el teléfono sonó como un disparo en la pequeña habitación que yo llamaba mi oficina. Tiré el vaso medio lleno sobre el escritorio, maldiciendo, y levanté el auricular al segundo timbrazo, más por callar la molestia que por atender a quien fuera que llamaba. El trabajo había estado flojo últimamente —me encontraba “entre casos”, como decían los optimistas—, y a esas horas no esperaba saber de nadie. ...