Hasta los muertos votan
Cuando vimos llegar la carroza fúnebre al patio del Instituto, nadie lo podía creer. Yo, de plano, no me aguanté; me salió del alma: —Ahora sí, lo que faltaba, ¡hasta los muertos vinieron a votar! Una carcajada generalizada llenó los rincones del salón principal. Esto ayudó a romper un poco con la tensión del día, que a esa hora ya alcanzaba niveles intolerables. Agotados tras una jornada larguísima, seguíamos recibiendo cajas —perdón, urnas, que suena elegante y, claro, fúnebre— repletas de “papeletas”, que junto con los diminutivos “casillas” y “boletas” forman un trío de palabritas que no ayudan mucho a tomarse en serio nada de esto. ...